El destino está dentro de ti
Érase una vez, un carrusel de la ciudad más hermosa del mundo, cuyo nombre no era importante en nuestra historia. Aquel carrusel era toda una reliquia y nadie era capaz de pasear junto a él sin pararse a observarlo. Era una plataforma giratoria con inmensidad de colores y referencias al circo, pequeños espejos creaban la sensación de profundidad que a la vista de los que lo montasen parecía aun más grande de lo que era. Por otra parte sus asientos presumían de movimientos ascendentes y descendentes, estos eran unas piezas antiguas de caballos de madera tallados por las manos de algún gran carpintero y barnizado por algún gran pintor. Destacan sus lomos que eran decorados con asientos que desprendían alegría por los tonos azulados y verdes que dejaban ver. Además la crin de las piezas estaba llenas de rizos como el oro. Era hermoso pensar que infinidad de generaciones habían disfrutado de aquel tiovivo... Pero y los caballos, ¿habían disfrutado de esos largos paseos guiados?
¿Disfrutaban de su labor o preferirían la libertad? Era complicado entenderlo, pero las leyendas hablan por sí solas y dejan ver como uno de ellos cambio la historia. Pues nadie es feliz cuando le dicen día tras día lo que tiene que hacer, como debe comportarse o incluso como debe actuar ante las situaciones. Onuris, que así se llamaba nuestro amigo se dio cuenta que la vida de un balancín no era la que él quería, el realmente quería ser un caballo corriente. Intentó escapar una y mil veces pero se dio cuenta que la cuerda de los miedos y del "y si..." no lo dejaban continuar, así que soñó cada noche al cerrar aquella atracción con cómo sería el mundo desde la perspectiva de los humanos. Le decían que no tenía remedio y que un simple caballo de madera, como él, no sería capaz de cambiar el mundo. Entonces Onuris dudó y siguió paseando a millones de niños que lloraban al apoyarse en su lomo, siguió paseando a las parejas que sonreían en cada ascensión y siguió creyendo que llegaría el día en que sus sueños se harían realidad.
Una noche en la que el silencio se adueñaba de cada rincón de aquella plaza, una chispa de esperanza se presentó frente a Onuris y entonces fue ese momento. No dudó ni un instante pues él era, es y será el dueño de su destino. De un momento a otro el carrusel se puso en marcha por arte de magia y fue cogiendo velocidad hasta que en una de las vueltas donde Onuris gritaba con orgullo la palabra libertad, se rompieron las cuerdas. Onuris saltó y fue feliz por el resto de los tiempos.
De Mª Ángeles Macías Martínez
