Un final para Los girasoles ciegos
Me limité a culturizarme y fijar mis pensamientos en otros temas, a pesar de aquello todas las noches la ansiedad ardía en mi interior pues mi mente tenía tal poder que las pesadillas que los recuerdos al compás de la marea se plasmaban en mi cabeza, me hacían revivir una y otra vez el forcejeo entre Ricardo y yo. Despolvaba de mi baúl, el momento en que me zafé de sus golpes y salí entre aullidos reclamando la presencia policial.
En ese instante, un movimiento acelerado, que es rebobinado una, y otra y otra vez en mi mente junto con un estruendo que dio paso a mi silencio, me trastocaba ya que la imagen que mis retinas grabaron, reproducían la figura de Elena semidesnuda entre sollozos, apartando a Lorenzo de la ventana para evitar que esa impresión le dejase secuelas.
Pasaron los años y mi integración en el rebaño fue fluyendo como un río. Me dediqué a seguir ejerciendo mi profesión como educador, pero esta vez fuera del colegio como un particular. En breve, caí en la tentación, pero esta vez de otro tipo. Con el paso de los años me decanté por los denominados libros prohibidos, los cuáles pertenecían a los censurados por Francisco Franco. Concentré toda mi atención en La Regenta de Leopoldo Alas Clarín. Esta novela me atraía por el simple hecho de que era catalogada una narración peligrosa. Estuve investigando y por cinco mil pesetas obtuve la impresión. Leí con detenimiento cada palabra que estaba plasmada en aquellas hojas. Su argumento me secuestró ya que estaba relacionado con un triángulo amoroso en el que un sacerdote era integrante. Aludí mis tiempos en que la embriaguez de la carne me extirpó de mi vida espiritual y como consecuencia me desterró para convertirme en un girasol ciego.
Días e incluso semanas diría yo,Padre,pasaron cuando la policía se presentó en mi humilde morada. Yo quise mostrar una tranquilidad inexistente y nada más girar el pomo entraron como fieras por su territorio .Pues entre golpes y empujones me sacaron de allí, al pisar el umbral de la casapuerta pude notar como las miradas me acompañaban, a pesar de la sensación, todas las ventanas, puertas y balcones, se encontraban selladas como si el propio Moisés hubiese bajado de los cielos con la noticia de que el ángel caído estaba al llegar. Se sentía el escalofriante temor de entre las jambas de los portillos y portones, dónde el miedo se personificaba entre los aceleros de los latidos de los corazones de las familias que lo vislumbraban. Mientras,en mi mente comprendí que estaba deseando que este momento llegase, necesitaba pagar el gran pecado que cometí con el marido de Elena y con ella misma. Era como si estuviera esperando mi expulsión del paraíso por comer el fruto prohibido.
Me trasladaron hasta una comisaria y al acceder a esta no tardaron en realizarme la tortura de la tabla, esta consistía en algo tan sencillo como coger una tabla de madera y sembrarla de minúsculos granos de arroz y cristales de sal gorda en el que me obligaron a permanecer horas de rodillas sobre eso. Era como si los restos de los mortales a los que en la Cruzada,hacía tres años, arrebaté sus vidas, se hubiesen reunido bajo mis rodillas con la intención de desgarrarme lentamente. Esta penitencia no duró más de tres días. Creí que mis pagos estaban saldados pero me equivoqué. Me portearon a la cárcel, allí pude ver más sangre y sufrimiento que en la propia guerra. Se escuchaban gritos de personas que pagaban su condena arrojados por escaleras y ventanas, a veces desde el patio se podían ver a las personas caer de bruces contra el suelo. A parte de aquello, en la sala de torturas la cuál pisé por primera vez un día de primavera,pude descubrir que el orgullo que sentí por mi Patria durante muchos años se esfumó al darme cuenta lo que hacían con los individuos que eran retenidos en aquel lugar. A un lado, estaban la técnicas de las tablillas, aunque eran diferentes a las que yo había presenciado ya que estás estaban en altura y si caías te daban un brutal azotamiento. A mi izquierda, un poco más adentrado a la sala, la técnica de las descargas eléctricas destruyeron la poca dignidad que me quedaba. Mujeres de diversas edades colocadas en fila viendo la muerte que iban a recibir, a toda mujer le quitaban los harapos y con los pechos al descubierto le aplicaban la electricidad en los pezones, a los homosexuales también se les hacían, pero a estos se les aplicaba en muñecas, tobillos y cabeza.
En la siguiente parada me bajaba yo, esta fue espeluznante, la llamaban el soplete. El nombre te lo decía todo. Hombres atados que poco a poco eran quemados con un soplete sin llegar a matarlos desatando el sufrimiento a sangre fría. Me ataron como a Cristo a la columna para a continuación dejar paso a la agonía de un olor intenso a carne quemada la cuál no se podía confundir de ninguna manera con carne humana. Es un olor diferente. Incluso el humo que de los cuerpos que me rodeaban que se dejaba ver era distinto. Más blanco. Cuando el fuego penetraba mi pectoral al descubierto la imagen de Elena me perturbaba haciendo así que entre susurros de dolor recitase estos versos:
Entonces, María, dí por qué su danza veo y sus ojos como llamas son.
La veo, la siento.
Su pelo negro tiene sol,
me quema y así pierdo la razón.
Cual fuego de infierno,
me quema el corazón.
Impuro deseo,
maldita tentación.
Pararon las horas que para mi cuerpo fueron siglos y me dejaron tirado allí en el suelo cubierto de llagas. Imploré a ti , Padre, mi salvación y tú como buen hombre me auxiliaste acabando con el pago de todos mis pecados antes de llegar a tu reino. El camino hasta lo que sería mi crucifixión hizo que me arrepintiese de todo lo que en la vida había originado. Laqueus, el Garrote vil era mi último destino, era una máquina utilizada para aplicar la pena capital. Tuve miedo cuando yo era el siguiente, me sentaron sobre un pequeño asiento y con las manos atadas me colocaron un collar de hierro atravesado por un tornillo acabado en una bola que, al girarlo...
Así fue, al girarlo le rompió el cuello. La muerte llegó tras la dislocación de la apófisis, la vertebra axis, produciendo una lesión al aplastar lentamente el bulbo raquídeo que cortó la médula produciéndole un coma cerebral y la muerte instantánea.
De Mª Ángeles Macías Martínez.